Vistazo Crítico 40: Salón Nacional

Vistazo Crítico al Salón Nacional*
Por Ricardo Arcos-Palma

Desde hace ya algunos años, más exactamente desde 1999, un debate comenzó a girar alrededor del Salón Nacional de Artistas. Se hablaba desde varios ámbitos – académicos, desde las instituciones culturales y desde el gremio de los propios artistas -, que el Salón era demasiado obsoleto. Su figura considerada por la mayoría de los representantes institucionales – José Roca, Jaime Cerón, etc. -, como absolutamente moderna, necesitaba un replanteamiento adecuado a nuestra época. Publicaciones editadas por el propio Ministerio de Cultura como “Post- reflexiones sobre el Salón Nacional”, aglutinaban varias opiniones – no propiamente reflexiones en el sentido estricto de la palabra -, que intentaban dar cuenta de una serie de elementos apuntando a construir una nueva figura del Salón o quizá a transformarlo por completo. Al Salón hay que, sino eliminarlo, transformarlo, decían sus detractores. Para ello se propuso una reforma de fondo donde la curaduría como modelo de “selección” terminaría sepultando esa “demagogia participativa” (José Roca) en la que se había convertido el Salón, donde todo cabe, y donde los artistas compiten en desigualdad evidente, por el premio gordo. Así surgió en el debate la figura del curador.
Surge en aquél entonces una propuesta de modelo curatorial, impulsada por el propio Ministerio (Andrés Gaitán y Miguel Rojas Sotelo) llamada “Proyecto Pentágono”, conformado por cinco curadurías que daban cuenta en el papel, de un amplio panorama del arte contemporáneo colombiano. El proyecto, si bien tenía sus grandes bondades, no logró el despliegue que se merecía. Surgió entonces este interrogante ¿Vale la pena reemplazar algo que no funciona por algo que no funcionaría tampoco por cuestiones presupuestales? Sin embargo el reto fue planteado y la reforma siguió su curso.
Hoy, siete años después, el asunto parece saldado. El Ministerio ha asumido con profesionalismo una reforma de fondo, sin eliminar el Salón pero transformándolo. El modelo curatorial, ha sido instalado y todo parece ahora funcionar y estar a tono con la época post. Sin embargo, bien vale la pena echar un vistazo crítico a este proceso y la última versión del Salón nos da elementos para ello. Varios curadores invitados fueron los encargados de dar cuenta de lo que sucede en la región. Esto es importante, pero el modelo curatorial, excluyente por naturaleza, deja de lado una visión mucho más grande de lo que verdaderamente es la región. Nos encontramos entonces con una serie de exposiciones que muestran una perspectiva insular de lo que sucede artísticamente en el país. En todas las curadurías un mot d´ordre parece guiar los “procesos” curatoriales: lo políticamente correcto. De un momento a otro y en un contexto socio-político tan complejo como el nuestro, el arte de golpe, parece asumir un “compromiso político” (1). Pero tal giro a lo social genera ciertas y serias dudas. En este mismo momento se afirma en varios espacios de discusión por Internet como esfera pública (2), que “todo es político” y que todo arte en consecuencia es político. Esta exageración, que ha sido acogida fervorosamente y casi religiosamente por nuestros gestores culturales, nos lleva a reflexionar sobre lo siguiente: ¿Qué significa ser político sobre todo desde un punto de vista artístico? Cuando el arte se politiza, es porque la política usurpa sus dominios y de eso la historia nos ha dado cuenta. ¿Eso está sucediendo realmente en nuestro contexto? Lo que es realmente preocupante, no es si el arte gira hacia lo político, sino más bien que se confunda el arte con lo político, sobre todo donde el ser político hic et nunc, es un verdadero compromiso. ¿Y sobre la disidencia? (3). Lo singular, lo que no se acoge a los modelos establecidos seguirá condenado al margen. Cuando lo artístico se ve sustancialmente subvencionado por el Estado, su carga política-crítica se ve disminuida. Ya el desaparecido filósofo aleman Rainer Rochlitz, nos había anunciado su tesis en "Subvention et subvertion" del arte contemporáneo. El filósofo nos da cuenta de como buena parte de un arte llamado crítico por el propio Estado o por sus representantes institucionales que en suma es lo mismo, termina falseando el verdadero arte crítico. Indudablemente esta tendencia a homogeneizar varias miradas acerca de lo político, sobre todo impulsado desde la institución, nos hace pensar que aún estamos lejos de ver un Salón Nacional, tal como lo concebía en su creación Jorge Eliécer Gaitán (4) . Pero para no ser pesimistas, el Salón Transformado, cumple su función, tal como venía sucediendo hasta ahora: hacer visible una serie de contradicciones y tensiones a nivel socio-cultural propias de un contexto político complejo como el nuestro. En este sentido, larga vida al Salón. Sin embargo, resta elaborar un dispositivo crítico donde la crítica crítica (5)pueda desplegarse y propiciar así una verdadera opinión pública. Y la academia en ese sentido, tiene una enorme tarea.

* Este texto fue publicado inicialmente en una versión más corta en U.N. Periódico.

(1)Ver el artículo de William López “Entre el compromiso artístico y el populismo estético”, publicado en este mismo espacio.
(2) Esfera Pública, espacio independiente de discusión por Internet.
(3)Ver artículo de Miguel Huertas “Cuando las bailarinas no mostraban los calzones”, publicado en este mismo espacio.
(4)El Salón Nacional fue creado por Jorge Eliécer Gaitán cuando este era Ministro de educación.
(5)Esta idea fue elaborada en uno de mis ensayos titulado “El espacio de la crítica. Entre lo público y lo privado”, publicado en la revista Trans. N° 1. U.N. Bogotá. Año 2000.

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