Vistazo Crítico 127: Camilo Bojacá y su Jardín de malezas.




Jardín de Malezas, de Camilo Bojacá.
Espacio El Dorado.

Nada más contradictorio en esencia que un jardín de malezas, pues los jardines en principio son todos llenos de buenas hierbas, flores olorosas y plantas hermosas: desde el jardín inglés, hasta el francés pasando por los tan famosos jardines japoneses donde todo es controlado. Pero al mismo tiempo, nada más contundente, poéticamente hablando que imaginar, ver y oler un jardín de malezas. Un buen jardinero, diría Monet (excelente jardinero), sabe como “ordenar” su jardín: qué flores poner al lado de otras. No gratuitamente el pintor impresionista daba una gran importancia a su jardín, inspirado, no en los jardines ingleses y mucho menos en los franceses que eran para él decadentes, sino más bien, en los japoneses que tienen una particularidad: respectar el espacio y no alterarlo. En ese mismo siglo XIX, donde el mal ocupa un lugar importante en el imaginario colectivo, el poeta Baudelaire, escribía sus famosas “Flores del Mal”. Esas flores enfermizas, dedicadas a un “hipócrita lector”, que no entendería nada sobre esta flora maléfica, que crecería en el apogeo del capitalismo donde ruina y progreso van de la mano; estos entre otros podrían ser antecedentes perfectos para la intervención plástica “Jardín de Malezas” de Camilo Bojacá.

Esta intervención se realiza en un lote baldío, futura sede del espacio expositivo El Dorado de la Fundación Bachué en Bogotá. En este espacio situado justo al frente de las Torres del Parque, Bojacá logra instalar su jardín creando un ambiente propicio donde las plantas surgen entre los intersticios y construcciones que el mismo artista ha dispuesto en concreto y ladrillo. Sobre unos pequeños andamios que realizados por el artista, reposan unas “construcciones” de concreto y ladrillo, maquetas de espacios imposibles que soportan algunos bonsái. Al lado de estas pequeñas construcciones, crecen sin control alguno entre los intersticios de la ruina, algunas plantas malas hierbas, que comienzan a invadir y cubrir el espacio poco a poco. 

 

Así por ejemplo vemos una maqueta con edificaciones de concreto referenciado a una gran ciudad que puede ser Tokyo, New York o Bogotá. De esta maqueta surge una construcción en hierro que semeja a una torre: no es la torre Eiffel ni tampoco la famosa torre de Tatlin: es una construcción que parece un poso petrolero y que pare extenderse a uno de sus costados para soportar un bonsái en matera realizada también en concreto: a los pies de dicha construcción, surge con fuerza las malezas como el diente de león, que crece tan generosamente en cualquier rincón donde haya un poco de tierra o polvo y algo de humedad. 

 

El artista dice lo siguiente respecto a su proyecto: “El terreno baldío como la manifestación del olvido o del fracaso de un proyecto o estructura, el consumo total de una edificación. Puede ser un territorio cercado que ha quedado confinado en una suerte de indefinición sobre su uso o su propósito, o por el contrario el resultado de una estrategia más compleja, que tiene que ver con el asedio y el despojo (…) Quizás estas pequeñas malezas nos devuelven a ese campo en el que toma tiempo y trabajo crecer, en el que dicho tiempo transcurre con lentitud y en el los límites de la naturaleza y la arquitectura tienen una relación estrecha de mutuo beneficio. Es entonces el espacio baldío una oportunidad para cuestionarnos sobre la forma como entablamos nuestra relación con el espacio circundante y la naturaleza.”[i]

Territorio, lugar, construcción, ciudad, naturaleza son elementos constantes en la obra de Camilo Bojacá quien a partir del dibujo, incursiona poco a poco en las intervenciones escultóricas. Sus construcciones van siendo invadidas por la maleza que como hemos dicho generan un diálogo con ellas. Y la pregunta inevitable surge: ¿por qué estas matas son consideradas como malezas? El mal parece crecer sin control en un terreno baldío. Las hierbas malsanas inundan el lugar como si fuera una nueva vorágine, que crece sin control. En efecto, en esos nuevos territorios las vegetación escapa al control, generando un nuevo paisaje donde la ruina enmarca literalmente la naturaleza, que en poco tiempo cederá terreno a las construcciones materializaciones implacables del progreso. 

 

Existen varios antecedentes arquitectónicos y urbanos que inspiran al artista: En Saruhanbey-Turquía un inmenso árbol parece horadar una construcción:  pero en realidad la construcción ha respetado al árbol que estaba ahí desde hacía muchos años. Lo mismo parece suceder en algunos paraderos de buses en Bogotá, donde los techos son verdaderas materas. Y un último referente importante para Bojacá es un edificio en Beijing que tiene una montaña en su terraza. Las edificaciones pueden convivir con la naturaleza, parece insistir el artista con su jardín de malezas, generando así una nueva cartografía política de las plantas que ya José Roca había explorado en el arte colombiano.

Ricardo Arcos-Palma.
Bogotá Octubre del 2014.


[i] Camilo Bojacá. Jardín de Malezas, Cuaderno Bachué No. 1. 2014.
El anterior texto fue publicado en la Revista ArtNexus. 

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